
Colombia
El acordeonero recordó anécdotas inéditas de su infancia con el hoy ícono del vallenato, reviviendo momentos que marcaron el inicio de una generación musical.
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Creativa Digital
En una conversación cargada de nostalgia, Iván Zuleta decidió abrir el baúl de los recuerdos para contar una historia que pocos conocen: los inicios musicales de Silvestre Dangond. Mucho antes de convertirse en una estrella, Silvestre era tan solo un niño inquieto, vecino cercano de Zuleta, que buscaba cualquier pretexto para cantar y aprender de quienes ya despuntaban en el folclor vallenato.
Zuleta relató que no siempre fue amante de los ensayos, pero la insistencia de su padre y del propio Silvestre lo mantenían frente al acordeón. Mientras él prefería jugar en la calle, Silvestre tocaba la puerta o recurría a Fabio, tío del acordeonero, para recordarle que era momento de practicar. Esa persistencia, dice, sería el primer indicio de la disciplina que lo llevó a convertirse en uno de los grandes del género.
Según Iván, ha conocido pocos artistas con verdadera “adicción musical”, de esos que comen, duermen y respiran canciones. Entre ellos menciona a Diomedes Díaz, Omar Geles, Fabián Corrales y, por supuesto, a Silvestre Dangond. Mientras Zuleta bromea con que ensayar no era lo suyo, reconoce que la pasión de Silvestre lo motivaba a continuar. “Él quería cantar siempre”, recordó, y fue ese deseo constante lo que empezó a forjar el estilo del artista que años después conquistaría masas.
Silvestre encontraba en cada espacio una oportunidad para cantar. Tocaban en la sala, en la terraza e incluso llegaron a practicar dentro del baño porque el eco hacía sentir la música más grande y envolvente. Con un balde en las manos para acompañarse y los cachetes colorados de entusiasmo, Silvestre jugaba a ser artista sin saber que ya lo era en esencia.
Aquellos encuentros espontáneos se convirtieron en las primeras muestras del talento que el mundo conocería tiempo después. Iván incluso cuenta que su papá lo impulsaba a tocar, convencido de que tenía el potencial para brillar en festivales, mientras Silvestre lo animaba desde el canto. Con el tiempo, esas prácticas improvisadas le servirían a Zuleta para iniciar su propio camino en la radio, grabando en espacios pequeños con acústica natural.
Lo que empezó como juegos entre amigos se transformó en una historia musical que hoy hace parte de la memoria del vallenato. Dos niños, un acordeón, un balde y un baño bastaron para que surgiera una de las voces más influyentes del género. Un recuerdo que Iván Zuleta comparte con orgullo, reconociendo que desde aquella época Silvestre ya cargaba el brillo de un futuro grande